Viajar te abre los ojos, y de alguna forma te hace ver que, aunque nos guste quejarnos, podemos considerarnos afortunados en muchos aspectos. Durante el viaje por el Sudeste Asiático, uno de los países que más me impactó fue Myanmar. De todas las cosas que vi allí, lo que más llamó mi atención fue la situación de los niños y cómo esta cambiaba según te movieras por la ciudad, el campo o por las zonas turísticas. En Myanmar, como en España, la mayoría de edad se alcanza a los 18 años, al menos sobre el papel. Sin embargo, las responsabilidades de estos niños empiezan antes, mucho antes.
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El camarero de Mandalay
En Mandalay hay mucho tráfico, aunque no tanto como en Bangkok. El hecho de que la mayoría de calles estén, o bien sin asfaltar, o bien a medio camino, hace que el tráfico además de contaminar el aire, lo llene también de polvo. ¡Hay árboles de 5 metros de altura con las hojas completamente blancas del polvo que se levanta! Parecen de cartón, como si estuvieran para decorar las calles a la espera de que alguien fuera a pasarles el plumero. Más que caminar, lo difícil es respirar entre tanto polvo.