Bangkok desde el sentido del olfato

Si el otro día te contaba mi primer encuentro con Bangkok hoy, tres días más tarde y después de haberme perdido por sus calles, ya me siento en condiciones para contarte un poco más.

Cuando recorres Bangkok, cuando te pierdes por sus calles, el contraste de edificios que te llamaba la atención cuando llegaste con el Skytrain pasa a un segundo plano. Los rascacielos te rodean, pero ya no notas tanto esa aleatoriedad en su distribución.

Al sentido de la vista inmediatamente se une, o más bien destaca, otro: el del olfato. Bangkok huele, y huele a muchas cosas. A todas horas, la ciudad huele a comida. Da igual que sea la hora de desayunar, aquí el olor a carne a la brasa, a sopa, a noodles con carne o verduras, no cesa en todo el día. En cualquier momento los tienes a tu disposición. No puedes escapar de su olor porque en Bangkok (y me da que en general, en toda Tailandia) es muy típico comer en puestos callejeros. Estos se encuentran, en su mayoría, a las puertas de algún local o entre la carretera y la acera. Aunque no tengan apenas carta, la comida está riquísima y puedes comer por solo 50 bhats, que equivale poco más de 1 euro.

Pero no todo lo que huele en Bangkok es apetitoso, a veces huele a comida podrida. Y, en general, a algo más perjudicial. La capital tailandesa, que acoge a más de 10 millones de habitantes padece exceso de tráfico. Seguramente, en tu recorrido por ella, no dejes de ver grandes atascos a cualquier hora del día. Motos, autobuses, coloridos taxis, tuc tucs y más coches recorren la ciudad a toda hora, y sus emisiones te llegan hasta los pulmones. Eso, unido al intenso calor y a la humedad, hace que andarla según por qué zonas no resulte ser la actividad más placentera del mundo.

Bangkok también tiene río, el río Chao Phraya, algo que de alguna forma podría aprovecharse como un pequeño pulmón dentro de la ciudad. Sin embargo, es un río oscuro, un río estresado. A todas horas lo recorren barcos, bien las ‘taxi boats‘, los barcos de línea con sus paradas a lo largo del río, barcos turísticos, barcos de crucero e incluso barcos de mercancías, ya que el río conecta con las zonas montañosas del norte. Todos estos pasajeros van dando color al río y, aunque en su mayoría los barcos sean de tonos alegres y coloridos, por debajo van dejando algo mucho más oscuro. Bolsas de humo negro salen del motor e intentan elevarse a la atmósfera, sin embargo, muchas no lo consiguen y caen. Siendo culpables de que el río adquiera ese color tan triste.

Todavía me falta un olor más, un olor que no todo el mundo que pasea por la ciudad percibe. Un olor que se nota de forma suave en alguno de los templos, pero que a Carlos y a mí nos golpeó de lleno cuando, por casualidad, decidimos entrar en Thanon Tao a ciegas, sin saber lo que encontraríamos dentro de este lugar del barrio chino de la ciudad.

Pero claro, esta ya es otra historia, así que me la guardo para otro post… 😉

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