Playa de Tofo (Día 3)

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Tercer día de vacaciones en Mozambique (¡y los que nos quedaban todavía!). Amanecimos en Tofo, en las cabañas, y la agenda del día se presentaba bastante completa: primero playa, luego comida en casa de Maria Angelina (una mozambiqueña), en el campo, y para terminar de rematar asado argentino de vuelta en las cabañas. ¿Acaso podíamos pedir algo más? Bueno sí, tal vez tener a mano un buen protector de estómago para ayudar a digerir todo lo que nos esperaba…

Antes de hablar y enseñar las fotos de la playa de Tofo, mención aparte se merece el lugar donde nos estuvimos quedando a dormir. Nuestro campamento base durante estos dos días eran unas cabañas de cañas en el campo, que gestionaba más o menos un amigo de nuestros anfitriones. Se trataba de una gran parcela llena de palmeras, donde había desperdigadas unas 4 o 5 cabañas que, en algún momento de su historia, habían formado parte de una guardería. Una de ellas había sido reformada por dentro y adaptada para poder escaparse allí los fines de semana sin perder comodidad,. Otra era el baño (con taza de WC y ducha de agua eléctrica, un gran avance frente a la letrina y la ducha con el cazo XD), y las otras tres eran cabañas aún por reformar en las que bastaba un colchón en el suelo y la mosquitera para poder estar sin problemas. Despertar por la mañana con la luz del sol y el viento colándose entre las cañas, abrir la puerta y verte en un lugar como el de la foto, era un lujo al que podías acostumbrarte rápidamente. (Aunque sé de una amiga mía que no compartirá mi definición de lujo XD)

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Cabañas de Tofo
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Nuestra habitación en Tofo

Después de la ducha, pusimos rumbo a la playa. El día no había salido muy bueno, pero eso no quitaba encanto a la playa, como podéis ver en las fotos. Tras pasear, bañarnos, intentar tomar el sol y tragar arena por culpa del viento decidimos poner rumbo a casa de María Angelina.

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Playa de Tofo

María Angelina es una mujer mozambiqueña que pertenece a una asociación que trabaja por los derechos de la mujer, los niños y la tierra, allí en Mozambique. Desde hace cuatro años vive en una casa de ladrillo y cemento perdida en medio del campo que enseña orgullosa, ya que ha sido fruto de los ahorros suyos y de su marido, y de su trabajo duro. Para llegar a la casa, en algún momento entre Tofo e Inhambane, hay que salirse de la carretera y seguir por un camino de tierra que se intuye entre las palmeras. Justo en el punto donde debíamos abandonar la carretera, nos esperaba ella.

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Más cabañas de Tofo

Su orgullo, y así lo decía, es poder vivir con su marido y sus hijos, con su huerta y con sus animales. Escuchándola hablar de su casa era como escuchar a mis abuelos cuando hablaban de su vida en el pueblo donde se crecieron allá en los años 40. María Angelina y Fernando (su marido) no son ricos, ni tampoco tienen mucho dinero, tampoco hay un camino asfaltado que llegue hasta su casa, y si quieren desplazarse no les queda más remedio que ir a pie o cogerse un chapas una vez alcanzada la carretera, pero tienen tantas otras cosas… Nos enseñaban con orgullo su huerto, sus plantas, ‘en las que -decían- se puede confiar más que en muchas personas porque si les das amor, ellas crecen y te lo devuelven’.

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Huerta de Maria Angelina

Tienen su huerto para cosechar comida, y lo que no producen saben que siempre pueden conseguirlo en la ciudad. También tienen animales: cerdos, pavos, patos, gallinas… Y durante unos minutos al día tienen también al Sol, que se pone por detrás de las palmeras dotando al cielo de colores increíbles. Y tienen una terraza con sillas desde donde disfrutarlo. También tienen la brisa que les trae el mar, ese que saben que está un poco más allá de las palmeras, pero que visitan poco. Y por tener, tienen también el tiempo.

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Rallador de mandioca y pavos

Fernando nos hablaba con orgullo de cómo cada mañana él, al despertar, lo primero que hacía era bajar a ver sus plantas y sus animales, y así cargarse de energía para ir a trabajar. A la vuelta volvía a repetir el mismo ritual, para acabar sentado a disfrutar de ese atardecer que era solo suyo. ¡Qué envidia da encontrarse con gente así! Escuchándoles hablar, ¡quién no querría abandonarlo todo y buscar la felicidad y la tranquilidad en un lugar como ese! Aunque, pensándolo bien, no sé yo si mi espíritu urbanita (o el de Carlos) sería capaz de aguantar un mes entero en un lugar tan aislado.

Pero bueno, volvamos a la comida, que aún quedaba mucho día por delante. Allí, cuando te invitan a comer en calidad de invitado tienes que seguir una norma muy importante: ‘No hacer nada’. Los tiempos de las cosas los marca el anfitrión, tú solo debes sentarte y disfrutar. Una recomendación si recibís una invitación así,es que os arméis de paciencia porque una comida programada a la 13:00, es más que probable que no empiece hasta las 15:00.

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Casa de Maria Angelina

Al llegar, lo primero que hicimos fue un tour por la casa, donde nos enseñó su huerto con mandioca, que sale de la raíz de un pequeño árbol, y nos eneñó cómo cogerla, cómo comerla (estaba bien rica) y cómo hacer harina a partir de ella. Después fuimos a ver los animales, y mientras todo esto ocurría, eran sus hijos de 12, 14 y 16 años, los que se encargaban de preparar la comida. María, la pequeña de 3 años, era la gran mimada de la casa y una vez perdió la vergüenza con nosotros, los mulungus (así nos dicen a los blancos), no dejaba de jugar y de pedir fotos.

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La pequeña María

Y así, llegamos a la hora ya de comer. Nosotros habíamos llevado para la comida productos típicos de España (jamón serrano, lomo embuchado, queso curado y queso azul) pensando que les encantaría, pero no tuvieron mucho éxito. El queso azul no quisieron ni probarlo (¡pero si tiene moho! – decían y se partían), y el jamón, el lomo y el queso, pues sí, estaba rico, pero nada del otro mundo. Y entre el intercambio de sabores, lo mejor era la risa, todos reían mucho, siempre y aunque te estuvieran hablando de cosas tristes.

El menú que prepararon tenía de todo. Tenía porco, matapa, pescado en escabeche, sardinas, ensalada, arroz y xima, que son como una especie de gachas que utilizan para acompañar todos los platos. El plato estrella fue la matapa, un plato hecho a base de cangrejo y mezclado con otros ingredientes. El color es bastante feo, pero si te gusta el cangrejo te encantará. A mí no me gustaba el cangrejo, así que no triunfó mucho para mí.

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Playa de Tofo

Y así, la comida se alargó hasta que se hizo de noche (recordad que allí anochece a las 17:30 en invierno) y tuvimos que poner rumbo a la siguiente cita gastronómica: el asado argentino en las cabañas… Os podéis hacer una idea de cómo terminó el día, ¿no?

¡Gracias por leer! En el siguiente post nos espera el día 4 de la aventura, salimos de Todo poniendo rumbo a Vilankulos, un paraíso con todas sus letras. ¡Suscríbete para estar al tanto cuando se publique!

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