Amanecemos por fin en Vilankulos. Todo lo que al llegar de noche no habíamos sido capaces de percibir lo descubrimos ahora. El lugar donde nos estábamos quedando es el Baobab Beach Backpackers, situado pasando el pueblo de Vilankulos a pie de playa. Por 10 €/noche dormimos en cabañas de caña con baño compartido y cocina también compartida.
Íbamos a pasar un día completo en Vilankulos, y queríamos aprovecharlo para visitar el archipiélago de Bazaruto que está formado por seis islas diferentes y presidido por la isla de Bazaruto, y que forman un parque nacional que todo el que pase por aquí debe visitar. Nuestra primera idea era contactar con algún pescador local que nos acercara a las islas en su barca de vela. Sin embargo, por practicidad tuvimos que dejar de lado esa idea. No sabíamos si encontraríamos a alguien que nos acercara, ni cuánto tiempo tardaríamos en encontrarlo y siendo los días tan cortos en invierno no podíamos perder 3 horas en ir y otras tantas en volver…
Así que al final nos fuimos con un viaje organizado, que por 4500 meticaes (60 €) te ofrecían lo siguiente: viaje de ida y vuelta a Bazaruto en barca a motor, pasar el día en Bazaruto, snorkle en el arrecife de coral a 20 minutos de la isla y comida de pescado a la brasa en Bazaruto. Y así empezamos el día.
Son las 11 de la mañana cuando llegamos. El Sol ya está lo suficientemente alto. La arena quema pero te descalzas igual para sentirla entre los dedos. Está seca y los granos son más gordos y amarillos que los que acostumbras a ver en las playas. Si miras hacia atrás ves las huellas que dejas en el manto de arena limpio, sabiendo que esta vez no las borrará ninguna ola, solo el viento. Si miras hacia arriba, solo ves la duna, y por momentos puedes creerte dentro de algún desierto. Luego miras a los lados y ves el mar y se te pasa, vuelves a estar en Bazaruto.
Tras un corto ascenso, tal vez de 20 minutos, llegas a lo alto de la duna, y lo que ves allí te sorprende. La cara de la duna por la que estabas subiendo termina en un vértice perfecto, como si todas las noches alguien se encargara de dejarlo preparado, pulido y perfecto para el siguiente día. Tras el vértice, la caída es mucho más pronunciada, mucho más vertical. Y cae directa sobre un bosque de árboles que parecen nacer de la misma arena, y que se extiende por todo el resto de la isla.
Lo primero que hacer nada más llegar a arriba de la duna y ver la pendiente es, efectivamente, la croqueta. Bajar rodando y rebozándote de arena hasta que te frenas. La bajada es divertida, la subida ya no tanto. Las vistas una vez arriba y hacia el otro lado vuelven a ser preciosas. La duna desciende hast ala playa, y a partir de ahí casi todo es mar. Y digo casi, porque la marea baja hace que aquí y allí aparezcan bancales de arena, pequeñas playas rodeadas completamente por el agua, que hacen que la tonalidad azul oscura del mar varíe hasta adoptar tonos turquesa.
Pero no solo se ve eso, a lo lejos puedes ver otra de las islas del archipiélago y, en el horizonte, una zona con muchas espuma y aguas revueltas. Esa zona, descubriremos lugo que se trata del lugar donde vamos a hacer snorkle.
Te quedarías más tiempo ahí arriba, pero el sol pica, el tiempo corre y abajo ves una isla-playa que ha quedado al descubierto por la marea y que quieres probar antes de abandonar el paraíso. Así que decides bajar, no sin antes pararte un minuto a memorizar y saborear este instante, el lugar donde te encuentras y la sensación de libertad que te invade. Comienza el descenso.
Llegas por fin a la franja de agua que te separa de la isla-playa. Un pie, otro pie… ¡qué fría está el agua! Maldices sobre todo cuando te llega a la altura del ombligo, pero ya estás a mitad camino. Y consigues llegar (no era muy difícil) y te vuelves a bañar, ahora del todo, y te tumbas a dejarte secar por el sol en el centro de la isla. Ahora la arena no está seca, y además es mucho más blanca y fina. Te gusta tu isla.
Dejas pasar el tiempo hasta que te toca volver con los guías, que han sujetado una tela con cuatro palos y conseguido una zona de sombra. Es el momento del snorkle en el arrecife. La gente está emocionada, pero la verdad es que tú no eres muy aficionada a bucear y ver los peces en su entorno. Siempre has pensado que los bichos del mar no te atraen, además la película de Tiburón te marcó y cuando te sumerges a bucear en el mar, lo haces con la tensión contínua de que en cualquier momento aparecerá un tiburón… o aún peor (y más probable), medusas.
Pero como nunca has estado en un lugar como este y es posible que bucear en un arrecife no sea igual que hacerlo en la playa de Valencia, coges el equipo con resignación y te subes a la barca. Eso sí, no sin antes dejar claro que a la zona de tiburones no vas ni loca. Bueno, por todo eso y también porque tus amigos te obligan y no te dejan quedarte en tierra.
De camino al arrecife pasas por una zona que los guías han bautizado como la lavadora, un lugar donde las corrientes del océano se juntan con el mar y está llena de remolinos que producen olas de manera que la barca sigue avanzando, pero lo hace de salto en salto.
Llegas por fin al lugar donde saltar y ‘disfrutar del fondo marino’, aunque tú sigues pensando que más bien es ‘el matadero’. Así que, de nuevo con resignación, saltas de la barca para unirte al resto de tubos que asoman en el mar. Al principio te cuesta adaptarte a respirar solo con la boca, pero cuando lo consigues y miras hacia abajo… ¡Ay cuando miras hacia abajo! En ese instante entiendes por qué, a pesar de todas las películas de Tiburón habidas y por haber, aún hay tantos aficionados al snorkle.
Cuando te sumerges ves cómo un bosque infinito de corales color granate cubre todo el fondo marino. Y entre ellos nadan peces de todos los colores y tamaños. Allí está Dory (el pez de ‘Buscando a Nemo’), allí estrellas de mar de un azul eléctrico, ¡hasta vimos una tortuga!
Cuando se pasan los 40 minutos toca volver a la barca que nos llevará de nuevo a Bazaruto a comer. Estás cansada y comes el pescado a la brasa como si fuera uno de los mejores manjares que has probado nunca. Y, para no perder la tradición, te echas a hacer la digestión disfrutando de una buena siesta en el paraíso hasta que llega la hora de volver a Vilankulos. Así se acaba tu breve paso por el paraíso, y te despides pensando: ojalá nos volvamos a encontrar, Bazaruto.
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